domingo, 17 de julio de 2011

PÓKER DE REINAS


CAPÍTULO III

NO HABRÁ NADIA COMO TÚ, NO HABRÁ NINGUNA
(Gracias al cielo)

A pocas cuadras de allí, en la cornisa de un  moderno edificio, un hombre entrado en los cuarenta demacrado y algo panzón, amenaza con suicidarse. Responde al nombre de Felipe.
A medida que pasan los minutos se reúne más y más gente, esperando un dramático desenlace.
Se abren paso los infaltables móviles periodísticos, una ambulancia y la  policía, para completar la sombría escena.
Uno de los uniformados se comunica a través de un megáfono, que emite ruidos extraños constantes y molestos.
- ¡Quiero ver a mi mujer!- grita Felipe desesperado.
- Mantenga la calma señor- contesta el policía – Díganos su nombre  y dónde podemos encontrarla.
A los oídos de Felipe llega la versión abreviada por los defectos del megáfono, por la que sólo atina a vociferar:
- ¡Soy Felipe el enamorado! ¡Díganle que la amo, que no puedo vivir sin ella!
El camillero desciende de la ambulancia desperezándose y  se ubica a centímetros de un camarógrafo malhumorado y un reportero, que a punto de salir en directo, se acomoda histérico el cabello.
Cercanas a ellos, tres mujeres mayores observan la escena con cara de “qué tragedia”.
- No somos nada - declara la más alta.
- ¿Y si rompe las baldosas cuando se estrella? ¡Sería una lástima! Las cambiaron hace un mes.- reflexiona la señora teñida de un color indefinido.
- ¡Qué divino! Un hombre realmente enamorado - suspira la tercera en cuestión – Lástima que me espera la peluquera sino, me quedaba. ¡Chicas, las veo después en el Bingo!
Y quedan solitas las dos abuelitas, sin saber qué agregar.
A pasos nomás, el médico abandona la ambulancia para estirar un poco las piernas, y fumar un cigarrillo.
Después de deshacerse del curioso entrometido, el camarógrafo le da indicaciones (por señas) a su compañero,  para iniciar el reportaje:
Nos encontramos en el barrio de Caballito, viviendo esta historia de amor y desesperación. La policía no escatima esfuerzos para esclarecer este caso… Este hombre, cuya identidad aún no ha sido revelada…
- Se llama Felipe, señor periodista. Lo gritó recién… – corrige la abuela más alta.
El movilero  se pone nervioso y comienza a transpirar. Le hace gestos al compañero para que corte, y encara a la anciana.
- Digame señora ¿no le tiene que preparar la comida a su marido?
- Joven, soy viuda hace 23 años.
- ¿Y no tiene un perro o un gato al que alimentar?
- A mí la señora no me molesta- interviene el camarógrafo, disfrutando del incidente.
. Todos los periodistas son iguales - agrega el doctor, mientras echa una larga bocanada de humo cerca del reportero, que empieza a toser desesperado.
La abuela de la cabellera colorida le convida una pastilla.
- Tome joven. Son de miel y menta.
El periodista le agradece con un gesto y mastica la pastilla que ayudada por otro acceso de tos, le provoca un desagradable atragantamiento.
El médico mira molesto la hora y no le lleva el apunte  pero sin dudarlo, la abuela más alta lo auxilia aplicando el conocido abrazo de oso por la espalda, acompañado  por una fuerte presión en el epigastrio… (bueh, en la región del abdomen que se extiende desde el diafragma hasta el séptimo u octavo espacio intercostal)
La cuestión es que de la fuerza o del susto el reportero, expulsa la pastilla y se desmaya en brazos de su salvadora.
Ajeno a todo, Felipe ruega por la presencia de su mujer, a quien no puede olvidar…
Sin esperar que el  movilero se recupere, el camarógrafo hace un primer plano del policía que lucha para hacer funcionar el megáfono.

- ¡A ver usted, el de la cornisa!- le grita a Felipe.
Felipe se asusta cuando pasa cerca de él una paloma, y trastabilla.
Varios vecinos gritan de horror. 
-Loco, sordo y salame- comenta el camillero, entretanto enciende un cigarrillo y una paloma le deja un regalito en el hombro.
Un policía cincuentón y en estado atlético, ingresa mientras tanto al edificio.
- ¡Felipe, no haga locuras! ¿Cómo se llama su mujer? ¿Quiere que…?
Las últimas palabras quedan atragantadas en el megáfono pero bastan las primeras para  hacer reaccionar a Felipe.
- ¡Llamen a Griselda oficial! ¡Y a la otra!... ¡Sí! ¡A la otra también!   
Al camillero se le cae el cigarrillo de la boca.
- ¡Fá! ¿Será lesbiana la mina?
-¿Y qué te importa a vos?- le grita el médico - En diez minutos se termina mi guardia y este infeliz no se decide a tirarse todavía.
- Si no se callan, los meto en el patrullero - amenaza el policía, revoleando el megáfono.
El segundo uniformado se acerca de a poco a Felipe, haciendo malabares en la cornisa.
- ¡Traigan a mi mujer, y a la desgraciada que le llenó la cabeza para que me abandone! - sigue gritando Felipe, sin reparar en él.
Ya a su lado, el policía le pregunta:
- ¿Quiere que venga su suegra?
Felipe lo mira sorprendido.
- ¿Qué suegra? ¡Quiero que llamen a la psicóloga de mi mujer!

Mientras tanto, sin sospechar siquiera qué le depara ese día, Nadia está en su semipiso de  Belgrano cambiando por cuarta vez sus zapatos que ahora sí,  combinan con su  trajecito impecable  y por supuesto, con su cartera.
Logrado el cometido, revisa obsesiva su maquillaje y su peinado…además de sus mensajes telefónicos.
Licenciada recuerde que hoy tiene una cita con la señora Griselda Pena y  el  ex marido – se oye la dulce voz de Katrina, su secretaria – Y a última hora canceló el diputado Colombethi. Surgió una reunión urgente con el Ejecutivo. Nos vemos después.
Mientras  garabatea algo en su agenda, Nadia se sirve un café. Está tibio, por lo que recurre al microondas que de pronto,  se “declara” en cortocircuito.
Logra desenchufarlo pero se vuelca el café encima.
Y por supuesto…suena el teléfono.
- ¿Quién car...? -  Es la triste frase que surge de la enfadada licenciada, Nadia Fernández  Espíndolas.
Luego de escuchar unos segundos horrorizada la noticia, logra decir:
¿Justo hoy se le ocurre matarse? ¡Dígale que espere! ¡Y aclárele que esta sesión, le va a salir el doble!
Y como  quien no quiere la cosa, la licenciada corta la comunicación no sin antes darse cuenta que su cocina  al igual que su ropa, están impregnados de un espantoso olor a cable quemado.
-Y ahora ¿qué otra sorpresa me depara este jodido día?
Un hombre con uniforme anaranjado, se balancea en un andamio mientras limpia su ventanal y le sonríe como un idiota. Nadia recuerda de pronto el aviso que le hiciera  el encargado el día anterior, sobre la
limpieza de vidrios y paredes del edificio.
Por la expresión del trabajador, advierte que hace rato que la está observando así que le muestra su dedo mayor y lo insulta en arameo.
Él le saca una foto con el celular, y baja rápidamente para limpiar el piso siguiente.
Suena otra vez el teléfono y sin dudarlo, Nadia lo guarda dentro del microondas y sale tarareando una canción de protesta.
En ese mismísimo momento, se presenta en el lugar del hecho la ex de Felipe, vestida con ceñida pollera roja y un top haciendo juego. 
El malhumor, le sale por los poros y la boca. Uno de los policías le entrega el megáfono.
- ¡Qué modernos! – comenta con desprecio
 - ¡Y vos Felipe! ¿por  qué no bajás infeliz,  y dejás de llamar la atención? – agrega  con su boquita carmín - ¿Te creés el ombligo del mundo, vos?
La gente a su alrededor, no sale del asombro. El agente le quita el megáfono.
- Señora su marido no puede pensar claramen…
- Ex marido, oficial… Ex - interrumpe la mujer.
Felipe divisa a  Griselda y canta  a los gritos “Están lloviendo estrellas” el tema de Cristian Castro. Desafina horrores. Canta sostenido…canta, y espanta.
Griselda observa con ojos desorbitados a quienes tiene cerca, especialmente al policía.
- ¿Ahora entiende porque lo dejé? No vive, ni deja vivir.
Varios vecinos le chiflan al pobre Felipe.
- ¿Por qué no lo duermen con un dardo? - grita uno de ellos.
- ¿No ve que el pobre está enamorado? – lo reta una joven embarazada.
¡Ma qué enamorado! ¡Es un flor de tarado!
- ¡Che! La única que insulta a mi ex marido soy yo, eh – lo enfrenta Griselda, con los brazos apoyados en la cintura, en pie de guerra.
Los chiflidos aumentan y Felipe se acerca más al borde. El policía que está a su lado teme que se arroje, así que para distraerlo, entona el estribillo del tema y lo anima a cantar juntos.
Si se pusieran de acuerdo para desafinar, seguro que no les saldría tan bien pero eso no importa, el objetivo se ha logrado. 
Felipe y el agente se balancean en la cornisa cantándole al amor.
Entretanto en planta baja, irrumpe otra ambulancia.
Abran paso, llegó la forense- se escucha clarito.
Pero  no se murió nadie todavía – se espanta una vecina.
Si siguen cantando esos dos, seguro vamos a morir varios - le contesta un portero.
El comentario provoca la risa de los presentes y algunos aplausos. Los hombres que se encuentran en la cornisa, creen que se los dedican a ellos y complacidos, cantan una de Manzanero a los gritos justo cuando pasa Germán, arriado por los cinco canes que al oír el cántico de los hombres de la cornisa, empiezan a aullar de desesperación...
Por supuesto, el efecto dominó no se hace esperar y las mascotas de toda la cuadra, aúllan como si fuera Halloween.
De pronto, Felipe deja de cantar y llora desconsolado en brazos del policía.
- Ella nos separó agente ¡Ella tiene que arreglar este desastre!- susurra acongojado.
El agente evalúa la situación y se comunica con sus compañeros:
- El sujeto se desmoraliza. ¡Localicen a esa mujer! ¡Y manden algo para comer mientras esperamos!
Felipe lo mira agradecido.
Para mí sin morrones por favor - agrega con un hilo de voz.
Que sea una grande de mozzarella entonces.
En la calle, sus compañeros escuchan el diálogo  extrañados pero igual mandan al camillero a comprar lo solicitado.
El muchacho protesta pero cuando lo autorizan a comprar algo para él, parte sin chistar a la pizzería de la vuelta.
A esta altura de los acontecimientos, todos aguardan a la bruja de la psicóloga.
Como reguero de pólvora, los periodistas ya han averiguado quién es Nadia,  el pasado de Felipe y los antecedentes de Griselda Pena.
Y charla va, charla viene, llega Nadia en un taxi desvencijado quemando aceite.
Al bajar, el taxista le pide gentilmente que no golpee la puerta. Lástima por el tachero, la Licenciada está tan enojada que de un golpe, la descentra del todo.
¿Cómo puede andar con esta porquería en la calle? Yo no le pago nada - vocifera Nadia, sin importarle quién los mire.
¡Oí rechiflada! ¡No te paraba nadie por la facha de loca que tenés! encima que te traigo, desagradecida…
Nadia pasa del rosado, al rojo intenso y finalmente al verde pepino mientras pronuncia un rosario de reglas de tránsito, habilitación de vehículos y malas palabras.
Una mujer  policía  se aproxima a ellos.
¿Usted es la psicóloga  que viene a ver al  sujeto que está en la cornisa? 
Nadia asiente, y cae en la cuenta de que está allí por algo más importante que pelear con un taxista.
Sí oficial, yo me encargo - articula la profesional, y se marcha sin mirar atrás.
¿Y a mí quién me paga? – pregunta el tachero con la puerta colgando en falsa escuadra.
Nadia se apresta a cruzar la calle sin  responder, espera el paso de uncolectivo.  La  mujer policía llama a otro compañero, para que multe al taxista por el estado de su vehículo.
Mal día para el chófer y la licenciada. Él multado, y ella empapada por el colectivo que acaba de pasar a 120 km. por  hora, junto a un charco que parece un “brazo” del Riachuelo.
Sin embargo, con un último vestigio de dignidad Nadia acomoda su trajecito manchado, su cabello mojado (y con olor a cable quemado) y se encamina a salvar al ex de su paciente.
                                                                                                                                                    

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